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Actualizado 21-Febrero-2019

La Leyenda de EL DORADO

La leyenda de El Dorado es la más famosa de América latina, su tradición data desde los primeros colonizadores españoles a principios del siglo XVI. Los conquistadores buscaban una ciudad legendaria famosa por sus incalculables riquezas (El Dorado), cuya ubicación era todo un misterio. Fueron múltiples los hombres que con el sueño de hacerse ricos se embarcaron en expediciones tras su búsqueda, sin llegar a tener éxito.

La leyenda se origina en el siglo XVI, en Colombia, cuando los conquistadores españoles tienen noticias de una ceremonia realizada al norte (en el actual altiplano cundiboyacense), donde un rey se cubría el cuerpo con polvo de oro y realizaba ofrendas en una laguna sagrada.

Hoy en día se sabe que este pueblo era el Muisca y el sitio donde se realizaba la ceremonia habría sido la laguna de Guatavita (Colombia). La noticia de la riqueza muisca atrajo hasta la sabana de Bogotá a expediciones originadas en Quito (Ecuador), Santa Marta (Colombia) y Coro(Venezuela).

La supuesta existencia de un reino dorado motivó numerosas expediciones y se mantuvo vigente hasta el siglo XIX, aunque su localización se fue trasladando desde Colombia hacia las Guayanas, a medida que avanzaba el proceso de conquista y colonización del territorio sudamericano.

¿Cuál es la Leyenda de El Dorado?

En el hermoso país de los Muiscas, hace mucho tiempo, todo estaba listo para un gran acontecimiento, la coronación del nuevo Zipa, (gobernador y cacique).

La laguna de Guatavita, escenario natural y sagrado del acontecimiento, lucía su superficie tranquila y cristalina como una gigantesca esmeralda, engastada entre hermosos cerros.

Las laderas, con tupidos helechos, mostraban botones dorados de chisacá, chusques trenzados como arcos triunfales, sietecueros y fragantes moras. El digital, como un hermoso racimo de campanitas, matizaba de morado el paisaje; el diente de león, cual frágil burbuja, arrojaba al viento sus diminutos paracaídas para perpetuar el milagro de su conservación y los abutilones de colores rojos y amarillos sumaban al concierto de belleza natural, el diminuto y tornasolado colibrí, su comensal permanente

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Laguna de Guatavita - Leyenda de El Dorado

Las mujeres habían preparado con anticipación abundante comida a base de doradas mazorcas y del vino extraído del fermento del maíz con el que festejaban todos los acontecimientos principales de su vida. Todo sería transportado en vasijas de diferentes formas y tamaños, elaboradas con paciencia y esmero por los alfareros de Ráquira, Tinjacá, y Tocancipá y también en cestos de palma tejida

Por fin, llegó el gran día. El joven heredero acompañado de su séquito, compuesto por sacerdotes, guerreros y nobleza, encabezaba la procesión. Sereno y majestuoso, su cuerpo de armoniosas proporciones se mostraba fuerte para la guerra; su piel color canela tenía una cierta palidez, resultado del riguroso ayuno que había realizado para purificar su cuerpo y su alma y así implorar a los dioses justicia, bondad y sabiduría para gobernar a su pueblo

Marchaban al son acompasado de los tambores, de los fotutos y de los caracoles. Lentamente, se iban alejando de los cerros y del cercado de los Zipas, para aproximarse a la espléndida laguna de Guatavita. Allí, con alegres cantos, la muchedumbre se congregó para presenciar el magnífico espectáculo.

El sacerdote del lugar, ataviado con sobrio ropaje y multicolores plumas, impuso silencio a la población con un enérgico movimiento de sus brazos extendidos. De piel cobriza y carnes magras por los prolongados ayunos, el sacerdote era temido y reverenciado por el pueblo; era el mediador entre los hombres y sus dioses, quien realizaba las ofrendas y rogativas y quien curaba los males del cuerpo con sus rezos y la ayuda de plantas mágicas.

El futuro Zipa fue despojado de las ropas y su cuerpo untado con trementina, sustancia pegajosa, para que se fijara el oro en polvo con que lo recubrían constantemente.

No se escuchaba un solo sonido; era tal la solemnidad del momento, que sólo se oía el croar de las ranas, animales sagrados para ellos, los gorjeos de los pájaros y el veloz correr de los venados.

La balsa se deslizó suavemente hacia el centro de la laguna. Fue allí cuando, después de invocar a la diosa de las aguas y a los dioses protectores, el heredero se zambulló en las profundidades; pasaron unos segundos en los que solamente se veían los círculos del agua donde se había hundido; todo el pueblo contuvo la respiración, el tiempo pareció detenerse; por fin, emergió triunfal y solemne el nuevo monarca; el baño ritual lo consagraba como cacique.

Gritos de júbilo y cantos acompañaron su aparición y uno a uno, los súbditos arrojaron sus ofrendas a la laguna: figuras de oro, pulseras, coronas, collares, alfileres, pectorales, vasijas huecas con formas humanas, llenas de esmeraldas; cántaros y jarras de barro. El cacique, a su vez, junto con su séquito, realizó abundantes ofrecimientos de los mismos materiales, pero en mayor cantidad.

La balsa retornó a la orilla en medio del clamor general. Tenían ahora un nuevo cacique, quien debería gobernar según las sabias normas del legendario antecesor y legislador Nemequene, basadas en el amor y la destreza en el trabajo y las artesanías, en el valor y el honor durante la guerra; en la honradez, la justicia y la disciplina.

Balsa de Oro - Leyenda de El Dorado

Se iniciaron competencias de juegos y carreras; el ganador era premiado con hermosas mantas. Se cantó y se bailó durante tres días seguidos, que eran los consagrados a la celebración. Los sones de los tambores y pitos retumbaban en las montañas y centenares de indígenas seguían el ritmo en danzas tranquilas y acompasadas, o frenéticas y alocadas.

Pasados los días de los festejos, de la bebida y de la comida abundante, retornó el pueblo a sus actividades cotidianas: los agricultores a continuar vigilando y cuidando sus labranzas; los artesanos del oro, a las labores de orfebrería; los alfareros, a la confección de ollas y vasijas, después de buscar el barro adecuado en vetas especiales; otros a la explotación de las minas de sal y de esmeraldas; y la mayoría al comercio, pues era ésta su actividad principal. Las mujeres al cuidado de los hijos, a recoger la cosecha, a cocinar, a hilar y a tejer.

Así, en este orden y placidez transcurrirían los días, hasta que una guerra, una enfermedad o la vejez, los privara de su monarca y fuera necesario realizar de nuevo la ceremonia del Dorado para ungir un nuevo cacique. Este debería continuar gobernando con prudencia y sabiduría al pueblo y su fértil y verde país, rodeado de hermosa vegetación y de cristalinas corrientes de agua.

Vocabulario de la leyenda de El Dorado

Bacatá: Bogotá.

Chisacá: Flor amarilla de los potreros.

Digital: Planta de flores purpúreas, que tienen forma de dedal.

Guatavita: Población de Colombia. Cundinamarca.

Muisca: Pueblo indio, de la familia lingüística chibcha, que habitaba en Colombia, en las altiplanicies de la Cordillera Oriental (Boyacá, Cundinamarca y un extremo de Santander). Cuando llegaron los españoles a estas tierras, formaba varios estados independientes y dos caciques se disputaban la hegemonía: el Zipa de Bacatá (Bogotá) y el Zaque de Hunsa (Tunja). Los Muiscas, cuya cultura tenía mucha afinidad con la incaica, se dedicaban a la agricultura, eran notables alfareros y fabricaban gran variedad de joyas y curiosas figuras de oro y cobre, hechas en láminas de metal. Su culto consistía en la adoración de los astros, de Bochica, su héroe civilizador y en la veneración de sus antepasados. Fueron fácilmente dominados por los españoles y sus descendientes son, en su mayoría, agricultores.

Pectoral: Adorno suspendido o fijado en el pecho.

Sietecueros: Planta melastomácea americana.

Zipa: Nombre de los caciques muiscas de Bogotá.

Leyenda de El Dorado

Fuente:

Angélica García - Colombia País Maravilloso

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